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Principio y ¿fin de la globalización?: de Magallanes y Elcano a Donald Trump

José María López Jiménez

Doctor en Derecho y miembro del equipo de trabajo de Edufinet

Sobre mi

Doctor y Licenciado en Derecho por la Universidad de Málaga. Diplomado en Ciencias Políticas y Sociología por la UNED (Sección Ciencias Políticas). Actualmente trabaja en el sector financiero como Responsable de Responsabilidad Social Corporativa. Forma parte del equipo de trabajo del proyecto de educación financiera 'Edufinet'.

En nuestros días, tras las convulsiones de todo tipo que han seguido a la Gran Recesión, se ha abierto un debate entre los detractores y los seguidores de la globalización

27 Jun 2019

5 Min de lectura

La globalización es un fenómeno que desborda las fronteras nacionales, y designa la creciente interacción cultural, social, comercial, económica y financiera -incluso política- entre todos los países y territorios del planeta.

 

Aunque este proceso de interdependencia y confluencia se ha acelerado en los últimos años gracias a la transformación digital, su origen más profundo se suele situar en el siglo XVI, cuando la expedición de Magallanes y Elcano completó la primera vuelta al mundo (1519-1522) y quedó abierta la navegación interoceánica.

 

Sin remontarnos tan atrás, el impulso más reciente a la globalización se imprimió a mediados del siglo XX por las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, las naciones del Tercer Mundo no pudieron integrarse en este modelo, como tampoco los países que quedaron al otro lado del denominado por Winston Churchill como el Telón de Acero.

 

Con la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la URSS, el proceso globalizador terminó alcanzando a una buena parte de los países y de la población del planeta, hasta el punto de que fue en esos días cuando Francis Fukuyama formuló su famosa y controvertida tesis del “fin de la Historia”, dando comienzo, inicialmente, una nueva etapa definida por la democracia liberal como forma política ideal y por la economía, sustentada en el libre comercio, como nuevo e incruento “campo de batalla” en la relación entre los Estados.

 

Según el Banco de España, en 1960 únicamente el 22% de los países (aglutinadores del 21% de la población mundial) tenía una política de apertura comercial, porcentaje que se elevó hasta el 73% (46% de la población mundial) en el año 2000. A finales de los años noventa del siglo XX y en los primeros años del XXI, la globalización comercial se vio completada por un fuerte impulso de la globalización financiera y de la libre circulación de capitales en búsqueda de las mayores rentabilidades.

 

Detractores y los seguidores de la globalización

 

En nuestros días, tras las convulsiones de todo tipo que han seguido a la Gran Recesión, se ha abierto un debate entre los detractores y los seguidores de la globalización. Para los escépticos, la globalización es un sinónimo de americanización o de occidentalización, mientras que los “globalistas” rechazan esta tesis, alegando que, aunque pueda servir a intereses occidentales, es expresión de cambios estructurales más profundos en la escala de la organización social moderna.

 

Desde posiciones críticas con el proceso globalizador, también se apela al “consenso económico neoliberal” o “consenso de Washington”, que enlazaría con fenómenos como la arquitectura de la supervisión financiera internacional sustentada en el Fondo Monetario Internacional y en el Banco Mundial, la desregulación financiera, la libre oferta de servicios financieros, la circulación sin limitación de capitales o la preeminencia de las grandes entidades bancarias internacionales.

 

A la globalización financiera, a pesar de que facilita la asignación eficiente de recursos, se le ha reprochado ser el origen de la generación de ciertos efectos negativos, como un aumento de la desigualdad entre países y dentro de estos.

 

Según la Comisión Europea, solo el 55% de los europeos consideran que la globalización implica una oportunidad, frente al 45% que la perciben como una amenaza.

 

Contradictoriamente, han sido los Estados Unidos los que, tras la elección de Donald Trump como presidente, han puesto fin a la unanimidad gubernamental en cuanto a los pretendidos efectos beneficiosos de la globalización, propugnando un retorno a tesis proteccionistas que se creían superadas, y de fomento de soluciones bilaterales en sustitución de las multilaterales que han imperado en las últimas décadas.

 

Prueba de ello es la actual “guerra comercial” de los Estados Unidos con China y otras naciones, y la elevación generalizada de los aranceles a las importaciones, cuyos efectos terminarán siendo, en principio, distorsionadores para todos, especialmente para los consumidores, pues los procesos de producción de las grandes compañías se suelen encontrar en buena medida interconectados, superando las barreras nacionales.

 

Según el Banco Central Europeo, “la globalización solo será sostenible si sus beneficios se reparten entre toda la sociedad. Y esto es algo que las fuerzas del mercado no pueden corregir por sí solas. Solo es posible si los Gobiernos mantienen el control de sus sistemas fiscales y de prestaciones sociales. Una cooperación fiscal efectiva puede inclinar la balanza hacia el restablecimiento de la confianza en la globalización”.

 

Los obstáculos a la globalización, entendida en sentido amplio, quizás sean tan solo una dificultad transitoria de un proceso imparable que se terminará consolidando en favor de todos los actores, públicos y privados, implicados. Los más firmes detractores de la globalización se pueden estar beneficiando de ella de forma imperceptible, lo que podrían confirmar con la simple identificación de la referencia “fabricado en…” que acompaña a la mayor parte de los bienes de consumo diario.

 

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